Hemos querido hacer un safari en busca del león. Será nuestra primera vez en África y hemos decidido hacerlo de una forma un tanto especial y zambullirnos de lleno en su leyenda como protagonistas de primera fila. Las emociones afloran siempre que hacemos la mochila y ponemos rumbo al aeropuerto y este día no podía ser menos. No hay mejor excusa, ni destino más cargado de leyenda que África; ¿país? cualquiera que tenga leones, hoy por hoy muchos dónde elegir, aunque actualmente sus poblaciones se estén desplomando por el uso del veneno.
Por fin llega el primer safari; todo es nuevo; los colores, la luz, las caras de la gente y sobre todo, los olores en el “bush” africano. Cualquier persona que haya estado en África entiende lo que decimos. Es un conjunto de sensaciones que abducen al viajero, como el primer flechazo en edad adolescente.
Amanece y nos ponemos en marcha con el corazón latiendo a ritmo de colibrí. No va a ser un safari habitual montados en un vehículo, ya que hemos escogido algo especial: haremos una caminata a pie por la sabana y así conocer más de cerca las entrañas del continente. Para mayor seguridad vamos escoltados por un buen guía local y un veterano rastreador zulú, que ha nacido dentro del parque nacional. El guía se llama James, aunque eso no importa demasiado, ya que casi todos ellos dicen llamarse así cuando salen de sus poblados y necesitan un nombre fácil de pronunciar para quien no habla el idioma nativo. Así pues nuestro presunto James nos alecciona previamente sobre las medidas de seguridad esenciales para adentrarnos en un reino que no es el nuestro, sino el de quienes imponen aquí sus propias leyes: la fauna. Empezamos a caminar con la misma excitación que los niños cuando van a Disneilandia, preguntando una y otra vez por cualquier animal que se cruza en el camino. Como cualquiera en su primer safari, queremos saberlo todo acerca de los señores del lugar, los leones, pero nos llama la atención que cada vez que nos responden dejan ver un cierto desdén hacia el motivo de la conversación, probablemente hartos de contarle siempre lo mismo a todo mzungu que aterriza en su sabana. Entre Jirafas y elefantes, la caminata va tomando forma y los guías hacen gala de una paciencia sobrenatural para satisfacer nuestra insaciable curiosidad.
Ha pasado un buen rato desde que iniciamos la marcha y a medida que avanzamos nos fundimos con el paisaje, como si fuéramos un elemento más. Facoceros, papiones, rinocerontes y antílopes se dejan ver a un lado u otro de la fila india de mzungus parlanchines, mientras seguimos preguntando sin parar a los pobres exploradores a los que les hemos tocado en suerte. Sin lugar a dudas, a nustros experimentados guías no les gustan los leones. Pero de repente algo parece cambiar cuando cambiamos la pregunta: ¿hay leopardos por aquí? Es una pregunta aparentemente simple, aunque hace que su actitud cambie por completo y de manera súbita; la expresión de sus caras ha pasado del hastío a la sorpresa. El rastreador zulú no había abierto la boca en todo el camino, ensimismado en su trabajo y nuestra seguridad. Entonces se detiene acomodándose el rifle sobre el hombro y se aproxima a nosotros encendiendo un cigarro; tras dar una profunda y meditada calada nos dice con solemnidad: “un león no es nada si no está junto a otros leones. Es la manada lo que lo hace fiero, porque un león solitario es un león muerto. No es nadie porque no les tengo miedo. Yo no me molesto en mirarlos. Todos son iguales y todos hacen lo mismo, dormir y dormir. Sin embargo el leopardo lleva la sabana en su sangre; es libre y misterioso y no necesita de nadie para ser el más temido; cada vez que veo un leopardo, antes me ha visto él a mi; veo África en las manchas de su piel. Nunca dejo de mirarlos, porque siempre me dicen algo nuevo” El viejo zulú vuelve a dar una calada profunda a su cigarro, baja el pesado rifle inglés de calibre 30-06 de la 2ªGM y proseguimos el paseo entre elefantes y jirafas.
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Muy pocas sensaciones son comparables a hacer una caminata o "bush walk" en la sabana entre elefantes, jirafas y leones. No necesita de mayores explicaciones ¿no te parece? |
Ya no hicimos más preguntas; continuamos la marcha en silencio, tratando de digerir las palabras del zulú, de mirada enigmática y cara cuarteada por el sol y mientras tanto, otra jirafa, otro elefante,... Pero de pronto, cuando estamos sumidos en nuestros pensamientos más íntimos el viejo nos sobresalta levantando el brazo y ordenando detenernos en seco. Mirando fijamente hacia adelante, nos indica visiblemente alarmado que nos coloquemos detrás de él y no digamos una sola palabra; con semblante serio nos dice que, pase lo que pase, permanezcamos inmóviles. Sin darnos cuenta acabamos de interrumpir a una pareja de leones durante la cópula; la hierba está tan alta que no nos han visto llegar, ni nosotros a ellos. Los leones se sienten amenazados por nuestra presencia y pueden reaccionar de forma imprevisible. La buena noticia es que al fin ya tenemos nuestro león, aunque a decir verdad más cerca y al descubierto de lo que habríamos deseado en un principio. Es una situación con la que no habíamos contado. Los enormes bichos se levantan rugiendo y enfadados; el macho huele el aire que le llega desde donde estamos, dejando ver sus descomunales colmillos; nos mira y nos ruge para retarnos. El rastreador vuelve a decir que no nos movamos, porque nuestras vidas dependen de ello y en voz baja nos asegura que en caso de ataque, solo puede protegernos si estamos detrás de su espalda. Ambos guías montan el cerrojo de las armas en previsión de una carga del macho; son instantes de nervios, porque los leones pueden hacer cualquier cosa, desde presentar cara con un ataque frontal o batirse en retirada. El macho parece decidido a atacarnos y se acerca amenazante con el pelo erizado y los colmillos fuera, pero al ver que no nos movemos del sitio, vuelve junto a la hembra rugiendo aún con más fuerza, pero sin llegar a cargar. Estamos inquietos pero no nos movemos, más por miedo que por valentía, aunque la actitud del guía y del rastreador nos inspiran seguridad.
La estrategia de nuestros hombres surte efecto; claramente tras haber medido nuestras fuerzas el animal lanza un rugido final estremecedor, orina sobre un matorral y se marcha en retirada llevándose a la hembra para continuar la fiesta en otra parte, con un poco más de intimidad. En ese instante los guías bajan los rifles. Ya no hay tensión en sus caras y deciden que es el momento oportuno para descansar y relajarnos por un rato. Ambos parecen tranquilos, como si nada hubiera pasado, mientras que nosotros todavía tenemos el corazón en un puño y no dejan de temblarnos las piernas. Nos hacen una señal para sentarnos en el suelo, en el mismo punto donde los leones estaban ocupados con sus cosas; según ellos ahora este es el lugar más seguro en varios kilómetros a la redonda.
Todavía no hemos salido del asombro y sin embargo los africanos charlan tranquilos cigarro en mano, hablando de sus cosas y probablemente riéndose del susto que nos hemos llevado. Ahora tengo muchas dudas y buscando respuestas me levanto para pedirles una valoración del incidente: "los leones no nos vieron llegar, estaban muy ocupados y se vieron sorprendidos cuando surgimos de la nada". Después "James" añadió que si hubiéramos reaccionado con pánico y hubiéramos salido corriendo, alguien habría muerto, un mzungu por las garras de un león o un león por una potente bala del calibre 30-06. Acto seguido el rastreador esbozó una sonrisa malévola y dijo que de haber sido un leopardo, tal vez las cosas no habrían sido tan fáciles y rompió en una carcajada un tanto burlona.
La escena había sido sobrecogedora. Si esto volviera a pasarnos hoy, con el paso de los años y después de haber visto ya cientos de leones en muchas circunstancias diferentes, no pasaría de ser la anécdota del día, algo rutinario que se comenta durante la hora del café, pero demasiado impactante para una primera experiencia en África. Sin embargo desde aquel momento y por alguna extraña razón, no volvimos a pensar más en los leones: en nuestras mentes ya solo había leopardos ¿Cómo sería esa criatura que cautiva a guías tan experimentados que quedan indiferentes cuando se encuentran cara a cara con un león? ¿Realmente era como decían? ¿sería posible que después de lo que habíamos pasado, las sensaciones al ver un león quedasen en nada comparadas con el leopardo?
Y así fue como comenzó la búsqueda del leopardo, una búsqueda que no ha terminado.
¡¡Nos vemos en el siguiente!!
Hola chicos, me encanta leeros porque me reconozco en cada línea que escribís y en cada experiencia que habeís vivido y relatado. Al igual que vosotros, viví mi primer safari en Kruger aunque en mi caso fue sin guías, por cuenta propia.
ResponderEliminarTendría también muchas historias de leones para contar pero después de muchos safaris, mi animal preferido también es el leopardo.
Enigmático animal y de una mirada y belleza indescriptible.
Gracias por compartir tantas experiencias con la pasión y conocimiento que demostraís en vuestros artículos.
Un placer leeros.
Un abrazo,
Aitor