¡¡Este tío está loco o quiere matarnos!! Mi compañero J.M. Galán y yo nos decíamos mientras tratábamos de soportar los picados y quiebros del sudafricano que pilotaba la pequeña avioneta de cuatro plazas que nos llevaba desde la ciudad de Beira, en la costa índica mozambiqueña, hasta el corazón parque nacional. El acceso por carretera es una odisea de cinco horas, eso si las lluvias no lo impiden como sucede durante la mitad del año, convirtiéndolo en uno de los parques menos accesibles. “Shall we do the river?” el piloto giraba la cabeza preguntándonos si nos atrevíamos a hacer vuelos rasantes sobre el rio, aunque en realidad no esperaba nuestra respuesta. A los pocos instantes el morro picaba hacia abajo y la hélice delantera levantaba estelas de agua a menos de dos metros de altura, bajo las copas de los árboles de las orillas del río. ¡Este tío nos mata!, nos decíamos; temíamos que un bando de garzas o buitres se asustasen al paso del avión y nos golpeasen provocando un accidente, algo que parecía bastante probable dadas las circunstancias.
Pero entre quiebro y quiebro de ala, se iban apartando sin ninguna prisa los kudus, elefantes y antílopes acuáticos que la avioneta iba apartando a su paso ya acostumbrados a las locuras del sudafricano, en medio de un paisaje verde obsceno que jamás habríamos imaginado. El asombro por la espectacularidad del lugar nos había hecho olvidar que las alas tuvieran restos de barro y hojarasca de las pasadas rasantes de nuestro temerario piloto, hasta que con alivio vislumbramos un claro de selva donde se suponía íbamos a aterrizar. Una vez en tierra nos espera Pedro Muagura, el Director de Conservación del Parque Nacional y nuestro anfitrión para una visita de trabajo que nos ha llevado hasta allí durante varias jornadas.
El P.N. da Gorongosa es un mastodóntico espacio natural de casi 4.000km2 o lo que es lo mismo, la superficie de la provincia de Pontevedra o la de las islas de Gran Canaria, Lanzarote y Fuerteventura juntas. Lo compone un mosaico de ecosistemas de praderas inundadas, selva densa y matorral arbustivo, salteado con inmensas extensiones de hierba siempre fresca y verde, lo que le ha valido el sobrenombre de “el Serengeti del Sur Africano”.
La fauna prosperaba en el paraíso hasta que la guerra civil entre las facciones Renamo y Frelimo asoló el país entre 1977 y 1994, dejando tras de sí el reguero de un millón de muertos y cientos de miles de desaparecidos en una de las confrontaciones más sangrientas del continente. Uno de los frentes más activos de la contienda se encontraba precisamente en el interior del parque, donde se sucedieron escenas atroces cuya huella aún es patente allí donde mires. Lo peor es que no puede decirse que aquello haya terminado, pues desde entonces el conflicto se mantiene enquistado en las faldas del Monte Gorongosa, de casi 2000m de altitud, con episodios armados que rebrotan cada pocos años. Puede decirse que es uno de los pocos parques nacionales del planeta donde la guerra es un elemento más del paisaje y quién sabe, hasta es posible que se haya conservado más o menos intacta por culpa –o gracias- a los combates, que mantienen alejada a la población.
Durante los años oscuros de la guerra la necesidad de carne para abastecer a las tropas llevó al exterminio a la práctica totalidad de la fauna mayor de 6 kilos de peso, aniquilando a golpe de Kalashnikov y machete a miles de elefantes, búfalos, antílopes y toda la carga asociada de depredadores. Pero algo inesperado sucedió al final de la contienda; por suerte la presión internacional y la apuesta incondicional del famoso ecólogo E. O. Wilson por recuperar los valores de este impresionante enclave hicieron cambiar las tornas, naciendo así uno de los proyectos más apasionantes y paradigmáticos, que evidencia cómo la naturaleza es capaz de abrirse camino partiendo de la destrucción más absoluta. Desde sus inicios el parque optó por un modelo de gestión poco convencional: iba a ser dirigido por y para las comunidades locales, pero siempre poniendo en práctica lo que en la actualidad es el lema de los ranger que protegen con sus propias vidas la rica vida salvaje que allí se refugia: “prontos para conservar o meio ambiente”. Es el mismo parque quien impulsa los programas de educación, salud y desarrollo de las poblaciones humanas que se ubican en la periferia del espacio protegido. Es un modelo tremendamente efectivo,…, ¡y justo!. El espaldarazo final a esta interesante iniciativa lo puso el conocido documentalista David Attenborough, dedicando uno de sus programas a los enormes valores naturales del parque.
El parque nacional subvenciona y costea muchas de las escuelas de las poblaciones de los alrededores, como esta de Samora Machel. |
Un escíncido muy abundante (Mabuya varia), se asolea en las cercanías de las oficinas. |
El esfuerzo titánico de Wilson, la ilusión de los gestores, el cuerpo de 200 ranger que lo custodian y el apoyo milagroso Attenborough, han hecho que en la actualidad Gorongosa sea ya una realidad, un milagro de vida renacida desde la destrucción casi total por la guerra civil. Aunque las poblaciones de elefantes no han podido recuperar los niveles pre-bélicos, han pasado del exterminio a cerca de 600 individuos, en una tendencia claramente a la alza. La población de leones, que se había reducido a menos de media docena, se ha recuperado hasta cerca de los 70 contabilizados actualmente. Los cocodrilos reinan por todo el parque, con más de 1000 de ellos ocupando las superficies inundadas; los científicos sostienen que los de mayor tamaño de todo el continente se encuentran en uno de sus lagos interiores, sobrepasando con creces los 6 metros de longitud. También es un edén para los hipopótamos, que se van recuperando lentamente después de la masacre a la que fueron sometidos por su carne.
En cuanto a las aves, podemos afirmar que Gorongosa es uno de los lugares más interesantes de África, ya que acoge más de 350 especies, de las que unas 150 pueden observarse fácilmente en cualquier día del año. Entre sus joyas destaca especialmente la Oropéndola de Cabeza Verde (Oriolus chlorocephalus), que es exclusiva de las selvas de las laderas del Monte Gorongosa. Uno de los enigmas del parque que nadie ha sabido desvelar hasta la fecha, es la elevada densidad de las poblaciones de antílope sable (Hippotragus niger), acogiendo a las mayores conocidas de este raro y escaso herbívoro, prácticamente esquilmado en otras regiones por tratarse de un codiciado trofeo y algo parecido puede decirse de las enormes cantidades de antílope acuático o Waterbok (Kobus ellipsiprymnus). Es tal el éxito en la recuperación de la fauna que fue asolada por la guerra, que a día de hoy existen numerosas iniciativas de reforzamiento de poblaciones de especies de depredadores como el leopardo e incluso se baraja seriamente la reintroducción de otras como el licaón.
Pero no todo es fácil en Gorongosa. Las secuelas de la guerra no solo se grabaron en la memoria de las personas y en los miembros amputados por las minas antipersonal. También la fauna arrastra los terribles días del pasado. El ejemplo más llamativo es el de los elefantes. Debido a su longevidad, los pocos individuos que lograron sobrevivir al conflicto se refugiaron en las áreas más cerradas del parque y prácticamente todos ellos fueron dejando descendencia. Los afortunados que escaparon de la matanza quedaron psicológicamente traumatizados y malheridos durante los combates entre Frelimo y Renamo, pero también al convertirse en objetivo principal de ambas facciones para alimentar con su carne a las tropas. Numerosas crías y jóvenes vieron morir a sus madres, resultando huérfanas y vagando solas a su suerte por la selva. Su comportamiento quedó alterado para siempre, en un síndrome que los especialistas han denominado el síndrome de la guerra o simplemente como “war elephants”. Por eso hoy esos elefantes supervivientes o sus crías, que aprendieron los comportamientos anómalos de sus madres, son extremadamente agresivos con las personas, hasta el punto de estar considerados entre los elefantes más peligrosos de África. Todo ello explica que se produzcan muertes entre los ranger o los lugareños, por embestidas aparentemente injustificadas. Hace un par de años una vieja hembra tuvo que se abatida después de haber matado a un montón de personas de un poblado. Las autoridades, entre ellos nuestro anfitrión Pedro Muagura, quedaron desoladas al encontrar 37 balas de Kalashnikov enquistados por todo el cuerpo del animal, procedentes de disparos recibidos durante la guerra.
Los retos y amenazas actuales de Gorongosa pasan por hacer frente a la creciente demanda de marfil para satisfacer al insaciable mercado chino, además de poner coto al furtivismo de maderas tropicales y carne de monte o bushmeat. Los ranger del parque se han consagrado a tener estas amenazas bajo control, pero nos tememos que podrá no ser suficiente en el medio plazo. Son demasiados problemas y la ayuda recibida no parece suficiente.
Los valores paisajísticos de Gorongosa y su patrimonio natural lo convierten, en mi opinión, en uno de esos lugares del mundo que merecen ser visitados. Además, a diferencia de los parques más masificados, donde hay un claro exceso en el cupo de turistas, los ingresos generados por las visitas contribuyen significativamente consolidar la recuperación del ecosistema y a reducir sus amenazas. Es uno de esos parques que dejan huella en quienes lo hemos visitado, no solo por el paisaje y su biodiversidad, sino por el trato amable y entrañable de las personas que allí trabajan.
Nuestro trabajo aquí ha terminado. Una tormenta tropical está descargando con violencia sobre la selva, anunciando que la temporada de lluvias ha comenzado y en pocos días el parque cerrará sus puertas. Así pues mi compañero Galán y yo no tenemos más remedio que volver a meternos en la diminuta avioneta y reencontrarnos con su endiablado piloto, que esboza una sonrisa malévola al vernos; Galán dice que está como una cabra bañada en ácido lisérgico. Ya ha encendido el único motor de la nave y la hélice gira con fuerza, mientras nos dice que tal vez no logremos despegar del lodazal en que se ha convertido la pista de hierba, ni tampoco consigamos volar bajo la lluvia, pero no hay más remedio que intentarlo. Mientras tanto, Pedro ha salido corriendo para espantar a los papiones y facoceros que la han invadido la pista; es hora de marcharse.
Así es Gorongosa, siempre difícil, siempre aventura, pero inolvidable. Sé que volveremos.
No hay comentarios :
Publicar un comentario